- No tenerle miedo a la adolescencia, ni formarnos preconceptos ya que no sabemos cómo será esta nueva experiencia.
- Comprender que su comportamiento encubre inseguridades y búsqueda de contención.
- Reforzar lo positivo, lo que hace bien, manifestarle confianza y una actitud de respeto.
- No rotule. Hágale reflexionar sobre sus comportamientos pero, no le diga “eres vago/a”, “eres un maleducado/a”, eres …
- El distanciamiento emocional, después de una discusión, puede ser más productivo que ponerse a discutir en el momento. Dejarlo/a que reflexione y conversar luego, con calma.
- Busque hacer acuerdos sobre sus cambios. No dejarlo/a hacer lo que quiere pero tampoco mostrar rechazo hacia lo que hace, burlándose o poniéndolo/a en ridículo frente a los demás.
- Que no piense como nosotros, no significa que esté totalmente equivocado/a.
- Muchas veces, los jóvenes nos enseñan a ver la realidad de otra manera y nos ayudan a adaptarnos a los cambios sociales y culturales.
- Si no queremos que nos lastimen, no lastimemos con palabras groseras e hirientes. Ellos reclaman respeto igual que nosotros se los pedimos a ellos.
- Aceptar nuestros errores y pedir perdón no debilita nuestra autoridad.
- El “es así y punto” ya no es un argumento para dialogar con un adolescente.
- Dialogar, ejemplificar, debatir, reflexionar juntos son recursos valiosos para mantener una conversación. Imponer nuestras ideas, nos distancia.
- Hable de todos los temas con franqueza, escúchelo/a, no se sorprenda de lo que le cuente o pregunte. La confianza es fundamental para que pueda sincerarse con los padres.
- No lo compare con otros que son mejores alumnos, deportistas “buenos hijos”, etc.
- Manifieste su aceptación y cariño porque, aunque parece que no le importa, sí que le importa.
- Déjelo/a que tome decisiones, que tenga la experiencia de elegir, de prever consecuencias, de disfrutar de sus logros y de aceptar sus fracasos.
Por sobre todas las cosas… ¡Ármese de tolerancia y firmeza , amor y sabiduría !